miércoles, 29 de enero de 2020

POR QUÉ SE CASA LA GENTE.

Existe la creencia ampliamente extendida de que los hombres y las mujeres contraen matrimonio porque se aman y para hacer el amor, para tener su casa, y construir su familia. Este prejuicio sigue aún tan extendido que a la mayoría de la gente le parece que si un hombre y una mujer se aman es natural que se casen. Más aún, contraer matrimonio sin esos sentimientos se considera frecuentemente como indigno, como alienante, como una monstruosidad. 


Si esos sentimientos están presentes en uno de los contrayentes, pero no en el otro, aquel que carece de ellos y accede a contraer es mirado como un héroe, una víctima, o un imbécil; o bien como un egoísta, un estafador y un canalla. 

Si los todos los sentimientos están ausentes en los dos, entonces suele suceder que el enlace carece de emoción; se tiende a considerar desde el punto de vista de la utilidad y puede celebrar menos que un contrato laboral o de alquiler.

En nuestro medio cultural, casarse quiere decir casarse por amor, y ése es el único motivo legítimo para hacerlo. Sin embargo, desde el punto de vista de la regulación jurídica, el amor no aparece como algo particularmente relevante.

Los jueces, tanto civiles como religiosos, no suelen preguntar a los contrayentes si se aman. Preguntan si quieren contraer matrimonio, si aceptan o quieren cada uno al otro como legítimo esposo o esposa, y si la respuesta es afirmativa, el matrimonio queda efectuado.


El juez no acostumbra a indagar los motivos por los que deciden casarse. La tendencia más común es a pensar que lo hacen porque se aman, pero muy bien podrían estar siguiendo el consejo del abuelo catalán “hijo mío, todo lo que no sea casarse por dinero es puro erotismo”, y el matrimonio quedaría realizado de un modo igual y plenamente lícito y válido. 

No se pregunta si el motivo es el amor porque, aunque fuese verdad, no resultaría tan fácil probarlo.


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