Ya conté que durante unos años atendí una catequesis en el barrio chino de Barcelona.
Una fue en una escuela de la Atarazanas. Y otra en la parroquia de nuestra señora de la Merced. En esta segunda hice muy buenas migas con su párroco. Era un sacerdote de buena cabeza, buen corazón, y entregado a esas almas que , muchas de ellas , vivían en el desvarío y la pobreza.
Una mañana lo encontré preparando su maletín.
- ¿ Quieres acompañarme?...voy a bendecir una casa.
Y allá que nos fuimos. La casa estaba en la calle Codols. En realidad la calle es un algo muy estrecho y mugriento , casi se tocaban las puertas de las dos aceras con los brazos abiertos. Llamamos a la puerta de un tercero. Escuchamos un follón de pasos corriendo, críos gritando, órdenes de " ¡todos en la puerta!". Al abrir nos encontramos a una señora redonda y pequeña vestida como para una fiesta... eran cinco rostros expectantes , radiantes, tímidos y como asustados.
No sé qué pensaban qué era eso de la ceremonia de la bendición de una casa - un honor, con toda seguridad. El padre era un hombre rechoncho, de ojillos negros y bigote como un cepillo de dientes, y una expresión sorprendida. Llevaba americana gris a no juego con unos pantalones azul claro. Tres niños en fila nos recibían , modositos y vergonzosos. Uno era enano.
La visita del sacerdote era un acontecimiento, y estaba claro que la madre les había preparado para la que sería la ceremonia más importante en ese hogar.
El párroco pidió que despejaran una mesa y allí colocó un mantel blanco, se revistió con una estola, preparó un pequeño botecito de agua bendita, y comenzamos la liturgia. El rito se desarrolló con devoción y contenida emoción.
Una vez rociado el salón con unas gotas de agua bendita el sacerdote hizo ademán de continuar pasillo adelante a asperjar habitaciones , cocina y salas...y allá que nos fuimos detrás de él, que musitaba latinajos dando hisopazos sobre paredes, muebles, cocina, puertas...
- Padre, padre - dice la señora - aquí también.
Y abre la puerta del water.
Nunca lo olvidaré. Y aún hoy en día me sucede, en ocasiones, que abro la puerta de un inodoro y me viene esa imagen a la cabeza.
El abuelo de la casa estaba sentado en la taza , en el evacuatorio, cagando tan feliz y tan campante. El hombre, arrugado, en cuclillas, achinado por la edad, o por el esfuerzo - que a esos años es cosa difícil de distinguir - se sacó la boina reverentemente y saludó : " bon día, mosén".
No se cortó nuestro cura.
- Bon día....introduce el hisopo en el recipiente del agua bendita, y le suelta tres ole ole de muñeca en el cagadero , mientras el anciano , con la boina en las piernas y la cabeza baja recibe la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
Así fue. Y como sucedió lo cuento
.