sábado, 19 de diciembre de 2020

LA SEGURIDAD NO EXISTE

La seguridad no existe.

Ni está en la vida, ni en la Naturaleza, ni es experimentada por nadie.

Esa lección la hemos aprendido, ¡ y de qué manera!, por el coronavirus.

Convéncete de que a largo plazo evitar el peligro no es más seguro que exponerse a él directamente. Te habrán dicho que sí, pero es una mentira más que te han metido en la cabeza, y en tu comportamiento , para que te quedes en tu pequeña zona de seguridad.

La vida es una aventura audaz, o qué...a ver, ¿qué otras opciones planteas? Si nacer ya es puro azar.

Mantener nuestras miradas puestas en el cambio y comportarnos como espíritus libres en presencia del destino nos otorga una fuerza imparable.

Esto para un niño que ha nacido en Barcelona, y a los treinta y cinco sigue en Barcelona, y ya pasa los cincuenta, y allí  está, entre  los Ferrocarriles Catalanes, el Barça, y las Ramblas, pues , en fin, no creo que pueda interesarle absolutamente nada este asunto.

He  conocido a tus padres, de Barcelona, de Lérida, de Tarragona, de Valladolid, que te  enseñaron a que no fueras demasiado atrevido, y que cuidado con el Suso, y compañía , ¡parece mentira que sean profesores!. Es demasiado peligroso  ser así. Es mucho mejor no tomar riesgos innecesarios: no atraigas la atención en público. Sigue las tradiciones familiares. No hables con extraños. Ten cuidado con la gente sospechosa. Ten cuidado en general.

Bueno, se trata de una buena idea, pero el efecto de insistir tanto en la seguridad personal es que puedes terminar viviendo tu vida de una manera sólo reactiva: dependerás demasiado de tu familia, tus amigos, tu ambiente... Dejas de hacer tus propios planes, de perseguir tus propios sueños, a cambio de  seguridad. 

Mírate: sigues trabajando en el mismo empleo estable, aunque no te satisfaga en absoluto y te pases el día quejándote de lo que haces. Perpetúas una relación sentimental aunque no te proporcione la misma pasión que una vez experimentaste. Es más, aún no te has casado, y sigues con esa absurda manera de salir con la chica de siempre, con las costumbres de siempre.

Te dices a ti mismo : ¿Quién se supone que soy para cuestionar el sistema? Acepto mi lugar en el orden de las cosas y trato de pasarlo lo mejor posible. Sigo la corriente y no sacudo la barca. Y así pasas los días, rezando para que las corrientes de la vida te lleven a donde tú quieres. "Y, por favor- gritas- ¡no hagan olas!"


Viendo esta fotografía recordé que el ideal era jugarse la vida, ir a por todas, sin raíles . ¡ Ay,  aquellos maravillosos años, con esa maravillosa gente!. Los recuerdo a todos, con sus historias, nombres y apellidos.

Alguno ya no está con nosotros. Giorgio, un corazón que voló. 

Aquí estábamos a puntito de ir al Castillo de Pubol a cantar a Dalí, y armar una gorda. Lo conseguimos.



domingo, 13 de diciembre de 2020

COMO BUEYES.

Muchos de los momentos decisivos de nuestra vida no estuvieron acompañados por decisiones conscientes.

Hubo unos años que compatibilicé tres trabajos. Por un lado era comercial de una empresa de comidas, catering y esas cosas. De otro era comercial de una central de reservas de turismo. Y de otro , comercial de complementos de maquinaria , barredoras, ahoyadores, mini excavadoras, aceitera, aceitera.

Esta última experiencia fue maravillosa. Me moví en polígonos industriales entre empresarios de sectores donde la suerte lo era todo. La suerte, pues ninguno de ellos sabía las razones exactas de su éxito, ni el momento en que tomaron la decisión de abrir esa empresa.

Todos estaban en un sector: el de la maquinaria agrícola o de la construcción. Y llegaban a él o por su condición de comerciales, o de jefes de taller. Los dos eran razas de depredadores, muy poca cultura, salvo la de los que “ven el aire”, y esos modos algo bruscos de “empresarios de provincias” que una vez instalados en el dinero lo enseñan de una manera zafia y hortera.

Los que venían del taller eran “bueyes”: torpones al andar, cuellos abotorgados, fuertes, sólidos, constantes, con unas manos con dedos como morcillas.

Los comerciales eran empresarios más finos, y vestían mejor.

Pero aun siendo tan diferentes, los dos tenían en común, desde el punto de vista social y de los estímulos ambientales, el ser como hijos de la nada: hoy la mayoría de ellos, que ganaron muchísimo dinero, están en la miseria.

Pero ninguno de ellos sabía decirte en qué momento tomaron la decisión de abrir una empresa y “triunfar” en el sector. La verdad es que la mayoría tenían las manos manchadas en sangre de una traición a su anterior jefe. Muchos venían de golpes de estado a algún amigo.

En las empresas de hostelería también sucede lo mismo.

Estamos en mundos de una vulgaridad animal y primaria.

Me hacía gracia que esta gente no sabe hacer otra cosa que currar. Los “bueyes” son incapaces de delegar, están todo el día en el tajo...sólo cuando ya están, por motivos de salud, jodidos, pasan el negocio a los hijos...que son para darles de comer a parte y merecen otra entrada.
Entonces, muchos de ellos se apuntan a un club de motorismo, iniciados por algún colega, donde todo es comer y marcar moto....o viajar, ver mundo con ojos de paleto.

Su vida sexual, en muchos casos, también es brutal, anónima, porcina.

Pero siempre encuentras alguna perla escondida.

Hace unos días coincidí en el AVE con uno de éstos. Lleva tres infartos entre pecho y espalda y parece que ha decidido vender la empresa a precio de saldo y ver mundo con su mujer. Iban a China. Y hablando de su sector, que está hecho un erial, y usando una metáfora de un mundo que él conoce muy bien, me dijo...

- Como en las carreteras mal señalizadas cuando viajas por allí, nos hemos ido del “¡nos estamos acercando!” al...” vaya, nos hemos pasado!”

martes, 8 de diciembre de 2020

EL MISMO NIÑO, LOS MISMOS MIEDOS.

Fue mi primer año de becario en Viaró. Tendría unos 21 años.


Estaba dictando un texto en una clase de Lengua en tercero de primaria. Un niño se levantó , se dirigió hasta la pizarra, la tocó, y regresó a  su pupitre.


- ¡ Muy bien, hombre!...¿de excursión?


La clase rio  divertida.


Poco tiempo después el mismo crío se levanta de nuevo, se acerca a la pizarra, la toca, y vuelve a su sitio.


- ¡ Vaya, hombre!...¿de cachondeo?...


El chaval reía , una sonrisa como del que no entiende el chiste. 


Pasó poco rato y el niño vuelve a hacer lo mismo. Se levanta, toca la pizarra, y se sienta. La clase , alterada,  se burla. El chico me mira y ríe. Es una risa del que está en el desvarío. Una risa y una mirada como desenfocada. Ese chaval sufría. 


Me acerqué a su pupitre  le pregunté qué le sucedía.


- No lo sé. 


- ¿ Y por qué vas  hasta la pizarra y la tocas.


- No lo sé. 


Se puso a llorar. Se levantó y repitió la acción que parecía un rito , una adicción enfermiza.


Lo llevé a un despacho para hablar con él, y que la clase no se burlara de él. El niño se retregaba las manos y sonreía sin sentido.


Se lo comenté a su tutor. 


- Yo me encargo.


Nunca más volví a ver a aquel crío. Han pasado cuarenta años y  aún  recuerdo aquella mirada, aquellos gestos, el desvarío, el dolor. 


Después he visto ese mismo niño en versión adulta, con otros rostros, otras adicciones, otras pizarras, otros recorridos absurdos, otras lágrimas, y otros " no sé lo que me pasa"...y, en ocasiones,  ese niño tenía mi cara.




sábado, 5 de diciembre de 2020

LA NIÑA TOCAPELOTAS

 Sucedió en  Barcelona .


Eran unos padres que habían tenido a su hija un poco mayores . Y tenían  por costumbre que la nina participara y asistiera  a todas  las actividades que realizaban.


Este tipo de educación suele criar niñ@s algo repipis,  cursis,  de vocabulario barroco,  y metomentodo.


Aunque no siempre.


Invitaron a cenar a dos matrimonios,  conocidos de  la clase de su hija.


La niña también asistió. 

Durante la cena, Nuria, la niña, no hacía más que acercarse mucho a la frente de uno de los comensales. Incluso se levantaba de la Mesa y miraba el cogote de aquel hombre.


Perplejo, le preguntó qué le llama tanto la atención. - Es que mi madre le ha dicho esta mañana a mi  padre que tienes más cuernos que la sala de estar de Curro Romero. 

Por supuesto,  el matrimomio se separó, y nadie quería ir a comer a esa casa.