domingo, 29 de marzo de 2020

ANÉCDOTAS SOBRE PRIMERAS COMUNIONES ESO...

Durante años preparé generaciones de niños de 7 y 8 años para recibir la Primera Comunión . Que nadie me juzgue.

Ignoro como nació la costumbre. Asistíamos con los críos a una Misa semanal en el colegio como parte de la preparación para recibir a Jesús Sacramentado. Un día se me ocurrió que uno de los críos que celebraba aquel día su cumpleaños podría apagar las velas del altar y mientras lo hacía comenzamos a cantar todos “¡¡¡CUMPLEAÑOS FELIIIIZZ, CUMPLEAÑOS FELIIIIIIZZZ, TE DESEAMOS TODOS, CUMPLEAÑOS FELIIIIIIIZZZZZZ!!!”. Y así lo hicimos. Éxito total. El chaval emocionado, y la peña excitadísima. El sacerdote, en la sacristía, ni se enteró. El asunto pronto se me escapó de las manos: todos los días, hubiera cumpleaños o no, se cantaba la dichosa canción. Y, bueno, mi papel era que lo hicieran por orden de lista. Los chavales se pegaban por apagar las velas. Incluso era un castigo inmenso el decir “Poyales, el próximo día no apagas las velas” O un premio muy especial.

Todo terminó un día que asistió el subdirector del colegio a esa Misa. Yo, acostumbrado, ni caí en la cuenta. La cara del hombre cuando ve que está soplando las velas una criatura y todos a una se ponen a cantar me recordó la del mono del zoo en el instante mismo que sintió que le ardían las pelotas. Y el paquete que cayó apoteósico.

De todas formas, la costumbre no se zanjó del todo… Años después todavía en alguna ocasión, ya con quince y dieciséis años, continuaban de modo espontáneo con el cumpleaños feliz. Pido perdón y penitencia.

Componía canciones para que la Misa fuera un poco más amena para los críos –no olvidemos que tenían siete y ocho años. Pobrines. El sacerdote que oficiaba era un agregado, hombre mayor, y que habitualmente habitaba en una dimensión mental cercana a la mística. Se enteraba más bien de poco de lo que sucedía a su alrededor, y atendía poco a las letras de las canciones. Las canciones eran tipo gregoriano con letras en castellano de perfil parecido a los salmos. Una , nuestra favorita, decía lo siguiente:

Soy tu cervatillo, Señor, y bebo de tus aguas. (Estribillo)

Aunque se me enrosquen los cuernos en las ramas,

Soy tu cervatillo.

(Estribillo)

Cuando voy por la praderilla,

Yo diviso cervatilla

¡¡¡PERDÓN, SEÑOOOOORRR!!!

(estribillo)

Lo de PERDÓN, SEÑOR, como reacción a la visión de la cervatilla, se cantaba en grosso forte piú forte y muy sentidamente.

El sacerdote, ensimismado en la liturgia del ofertorio, no movía ni una ceja.

Ése sacerdote. Porque un día vino un cura numerario y al escuchar el principio de la canción (juro que intenté que no la cantaran, pero ya se sabe que cuando los chavales le cogen el gustillo al cachondeo no hay forma de pararlos), pues le coló… hasta que llegó lo de la cervatilla. Su mirada me recordó la del guarda del zoo cuando oyó los alaridos del mono “de Arco”.

Otro paquete.

Otra que cantábamos en Cuaresma era “Vengo del polvo y al polvo voy”. Pero allí nadie se atrevió a comentar nada, aunque se me insinuó que, tal vez, mejor la de “perdona a tu pueblo, Señor”.

La inocencia de los niños, y su creencia de que un profe lo sabe todo, es maravillosa. Confían ciegamente en cualquier cosa que les digas, siempre que lo hagas con convicción, muy serio, con seguridad. Un día uno de los monaguillos se me acerca y me consulta ,”oiga, no encontramos la campanita de la Misa”. Todo un contratiempo, porque a los chavales les encantaba eso de darle a la campanita...“No te preocupes, hazlo con la boca. Cuando el sacerdote levante la Sagrada Forma y el Cáliz dices “¡tilín tilín tilín!”, tres veces, y muy serio. A Jesús le gustará que tu corazón haga de campana”.

No sé si a Jesús le gustó que el corazón del niño hiciera de campanita, pero el follón que se armó en el oratorio, el despiporre de la clase toda y la bronca del cura, que echó del oratorio al crío, fue planetaria. -Luego me pidió que le castigara. Le dije que es que el chaval no andaba bien de la cabeza y que no haría más de monaguillo. Cualquiera le dice la verdad.

Éste sacerdote, ahora anda por tierras del Levante feliz, les daba unas charlas en el oratorio que solían ser muy pedagógicas. Siempre comenzaba con una historieta, una anécdota, que desarrollaba después con moraleja. Tenía a los chavales imantados, porque las contaba muy bien. Una tarde comenzó, para glosar que en la vida había muchas tentaciones y peligros, con la historia de un pajarito que iba por el bosque feliz y contento, entre flores y árboles fantásticos, entre abejas que libaban y mariposas que revoloteaban locas de contentura… Los chavales, en los dos primeros bancos del oratorio, le escuchaban absortos, en silencio, expectantes.

- Pero había un gato negro, enorme, inmensamente malvado, oculto en el bosque y observando al pajarito en la oscuridad. Y nuestro amiguito cantaba feliz sin darse cuenta del peligro que le acechaba.

Los críos, sin respirar, no quitaban ojo del sacerdote.

- Y, entonces, sin avisar, sin hacer ningún ruido, el gato saltó y ¡zampa! : ¡¡¡SE COMIÓ AL PAJARITO!!!.

Decir eso el cura y un crío que estaba en primera fila, a un metro del presbítero, salta del banco y grita “¡¡¡OSSSSSTIAAAAA!!!.


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