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jueves, 30 de enero de 2020

MANUÉ , HIPNOTIZADO.

Esto sucedió en  una  convivencia  en  el Poblado, y  tal  y como  pasó, lo cuento.

Del  mismo  modo que  Obelix  no podía tomar la pócima porque de pequeño se cayó en  una  marmita  y va sobrado de  fuerzas, hay gente  que  se  cayeron en su  infancia  en la marmita del  brebaje de las  Santas Emociones   y que  no es bueno  darles   pozales  de  chutes   santos,  cazos  de  emociones  burbujeantes , ni siquiera un dedo de “motivacional compositum- E- Plus”.

Uno de estos  que hablo, de los que   ya vienen chutados de cuna , tenía un don: le podías partir la cara  literalmente que el hombre  no pestañeaba.  Lo sentabas  en una silla, te ponías delante de él, te arremangabas  la manga de la camisa, y le dabas una  media volea   a mano abierta   que se  oía  como el aplauso de un gigante...se  alborotaban  las aves  en su sueño a  oír el estampido , y el tío  se  quedaba inmóvil, como una estatua, mirándote a los ojos, serio, vidrioso, disecado.

Era algo  de admirar. Se llamaba   Manué.

Siempre hay mala gente  que le saca rendimiento  a  un don  de ese  tipo. Y apareció en forma de subdirector de una convivencia donde  asistía  nuestro hombre.

No se  le ocurrió   mejor idea  que proponerle  un juego  cara  al típico show  de  fin de convivencia:

- Yo me visto de   mago, pido un voluntario  para  hipnotizar. Tú te presentas. Hago  como te duermo. Y te meto  un tortazo y tú, nada,   dormido …¿qué te parece?

- ¡Hombreeee!

- Joé, que es    que hay que sacar esto  adelante. ¡Venga  hombre!

- ¡Si  es  por  sacar  esto  adelante,  venga, hala!

- ¡Sí señor, que sin eso ni Teresa  sería santa Teresa, ni  Cisneros, el Cardenal Cisneros…

- ¿Cisneros…?

- Nada, cosas  mías.

Y llegó el show.

El  mago    Níven  apareció  con su disfraz, su chistera , sus  guantes blancos . Pidió un voluntario para hipnotizar , y levanta  la mano  Manué.

Níven  elevó las  yemas  de  sus  pulgares  hacia las sienes de  Manué., y frotando  suavemente  con ellas  ordenó que  le mirará  fijamente, que  se concentrara, que  se  olvidara  que existía ,  que  no  pensara  en  nada, sólo en  el  aire  que  sonaba  en ese  momento entrar  por las  ventanas.

Mirábamos  los ojos de Níven  , y  de ellos salían reflejos de fuego  bajo las cejas  embadurnadas de  betún.

- Duérmeteeee…duermeteeee…le susurraba.

El cuerpo de  Manué   a  simple   vista iba  aflojando  la carne, se ablandaban los  músculos de la boca, las mejillas  se relajaban. Manué  cerró  los  parpados.

- Duermete…duermeteeee…

Y  en ese  momento  se gira Níven  y  dice  al respetable.

- Manué  está ahora  muyyyy  lejos, y  no se entera de   nada…y para  que  lo veáis, a ver…¡un voluntario!

- ¡Yo, yo, yo!- un bosque de manos  pedían  cita  para ir al  escenario.

- ¡Tú!, ¡sube!...

Y sube  un chaval de  diez  años .

- ¡Dale una bofetada! 

Duda  el candidato.

- ¡Que les des  una bofetada, que no se entera, ya  lo verás!

Y el chaval  le da un sopapo  guapo, y Manué, nada, como  una piedra. Dormido.

- A ver, ¿quién más?

- ¡Yo, yo, yo!

- ¡Tú, sube!


Otro  chaval , esta vez de  nueve años.

Le da un soplamocos que  estremece al auditorio, pero Manué, ni  pío. Con los ojos cerrados y cara de bendito.

¡Venga,  el último!

Y se presenta  un  morlaco de quince años, de Fraga.

- ¿Está dormido?- pregunta.

- Como un tronco.

- ¿Seguro?

- ¡Pruébalo ¡

Y  le mete un puñetazo  en  los trestículos  que  todavía hoy, ahora, mientras  escribo esta  entrada, siento los alaridos de Manué  como si  estuviese  en la habitación  conmigo.

Y  dicen que aún  se  escuchan  en las  noches de luna llena  en  los  viñedos del Somontano.

Esta  entrada  la dedico a Manué, y a todos los Manueles  que han hecho cosas  que avergonzarían a una vaca  por  mayor gloria  del reino de los Cielos.


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