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lunes, 6 de enero de 2020

SATUR. LA ÚLTIMA CONVERSACIÓN.

Hubo una conversación la víspera de un cruce de caminos que marcó mi vida. 

Fue en el  balcón del colegio mayor Peñafiel. Fumando. Estaba en ese momento en que al día siguiente abandonaba veintisiete años de una vida que , aunque aparenté siempre ser feliz, tal vez siempre lo fui, debía tomar otro camino si quería no romperme definitivamente y salvar mi alma.

Salió a acompañarme Satur. Me quería mucho y bien. Satur murió años después. Ese hombre intentó retenerme en aquella última conversación, sabiendo que ya no habría más conversaciones.   Estábamos apoyados en la barandilla .Y de pronto, mi buen Satur- lo escribo sin ironía- dijo algo que jamás he olvidado: « Suso, te veo a los sesenta años en un puticlub contando tu vida a una zorra. Te veo muy desgraciado".

- Yo también, Satur. También me veo así. No creas que imagino una vida feliz. No sé dónde voy, ni que será de mi...pero es lo que tengo que hacer. Si no me marcho  y me muero tendré un entierro impresionante y un funeral maravilloso en esa catedral que hay allí. Y todos pensarán que soy un santo. Y es precisamente lo que debo de hacer si quiero . Moriré solo, pero con la conciencia tranquila.

Después las profecías no se cumplieron. Apareció Manuela, que me fabricó  sin prisas un refugio. Una retaguardia. Y tuve suerte, porque aquí  estoy . 

Sin embargo, no hay refugios perfectos. Sobre todo porque nadie llega a ellos desprendiéndose de la mochila que lleva al hombro. Ni de los años dejados atrás, que ya no te abandonan nunca. «Hay lugares de los que nunca se vuelve». La verdad es que eso no deja de ser cierto. Pero también es verdad que hay lugares a los que resulta imposible volver. 

Camino estos días por la ciudad, veo luces en las calles y escaparates de comercios iluminados, observo a la gente  que se desean felicidad, a niños todavía ingenuos que se asoman fascinados al esplendor de las fiestas familiares, de la ilusión y de la vida que para ellos empieza, y contemplo en todos ellos el fantasma de las navidades pasadas, que diría Dickens. 

Miro lo que fui y ya no soy. Supongo que le pasa a cualquiera que cumpla años; no es necesario haber llegado al puticlub para eso. Pero el desarraigo que siento, la distancia emocional, quizá tenga que ver con tantas otras fechas similares inciertas o solitarias.

Fui un niño feliz. Caí en el lado bueno de la vida y, a diferencia de otros menos afortunados, tuve hermosas navidades rodeado de una familia acojonante. A menudo me veo buscando esos rostros y buscando al niño entre los pequeñajos que, con fondo de villancicos, caminan de la mano de sus padres, deslumbrados por las luces, con gorros de lana y bufandas hasta la nariz; pero entre él y yo se interponen demasiadas  dobles y sucias  vidas, demasiados pecados grises, y tantas mentiras.

Nadie puede elegir lo que recuerda. También aquel niño , hoy, vive en una casa oscura. 


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