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martes, 28 de enero de 2020

UNA HISTORIA VERDADERA

Mi padre era un borracho, y un cobarde.

Le odiaba. Tenía la costumbre de darme palizas cuando algo de mi no le gustaba, y eran muchas las cosas que no le gustaban de mi. Yo creo que la peor era que me daban lo mismo sus ataques de ira. No me pegaba a mi, se pegaba a él. Sentía su mirada abotargada en alcohol perpleja viendo que disponía el culo para que pasara al ataque con sus azotes.

Una tarde le vi con los ojos vidriosos, pliegues de carne ojerosa bajo sus párpados, arrugas en la barbilla y alrededor del cuello. Tenía la  cara porcina, rosácea, como de masilla ajada.

Estaba en calzoncillos, y su vientre abultado formaba arrugas sucias con su camiseta.

Sus ojos ya no desprendían fiereza, parecían vacíos, y evitaban los míos.

Algo había ocurrido.

Mi padre se dio la vuelta y salió por la puerta.

Entonces lo supe: sería la última paliza que yo recibiría, al menos por su parte.

Pero, fíjate, Suso, años después ese hombre murió, y pasé mucho tiempo llorándole, y explicándole, a veces por escrito, cómo tenía que haberme tratado para ser conmigo un buen padre.

Al final, no sé cómo cojones sucede, quieres a tu padre.

Tal vez fue por mediación de mi madre, una mujer muy santa.

No sé...



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