miércoles, 5 de febrero de 2020

ANTONIO VALERO Y GAUGUIN.

Una  noche fuimos  la  tuna   de Monterols a  cantar  a  una cena  en el IESE.  Era  un   agapé   muy  principal.

Antes de  salir a  cantar  entre  las  mesas  de los participantes  al evento  , se acercó Antonio  Valero, uno  de  sus  fundadores  y primer  director  general .

-  Pasad primero   por  la  mesa  en  la  que estoy  yo.

Antonio Valero fue  uno  de  los  tipos más  brillantes, divertido, pillo, desenfadado, que  he  conocido. Además de  guasón, buena gente. y bellísima  persona.

Su  biografía  sería una  bomba.

Nos  acercamos a  su  mesa  y  allí  comenzamos a  cantar. Poco antes  de  terminar  la   ronda  en esa  mesa, mientras  continuábamos  tocando, el de la pandereta pasa    por  los  comensales a recibir  las  propinas de rigor. Se  levanta  Antonio  Valero, abre  la  cartera,  saca  un  billete de  cinco  mil pesetas  de  entonces, una  pasta, y de modo  ostensible,  que  todos  vieron,  lo  deposita  en la pandereta.

La mesa  palideció. Porque   con  ese  gesto  Antonio   daba   la  medida  de  la generosidad  y  rumbosidad  de  la  peña. 

Era  como  decir  " allá  va,  con  un  par,  pringaos, a ver  cómo  la  tenéis  vosotros". Había   que  retratarse.

Aquella  noche  sacamos   una  morterada. Pero  una pasta  gansa.

Cuando  salíamos   del bolo,  ya  en  el  aparcamiento,  apareció  Antonio.

-  ¿Dónde  tenéis el  dinero?-  preguntó.

Uno  le  mostró   una   bolsa.

- Pues  me  quedó  el  billete  de  5.000  pelas, que son  mis  honorarios   por  haberos  representado.

Allí aprendí   que  lo   importante  no es  si eres  bueno  o malo  en  tu  trabajo.  Lo  importante  es  quién  te avala, quién te  apadrina , quién  saca   el  primer   billetazo apostando   por  ti.

En  realidad,  la  tuna  no  era  tan  buena  como pensábamos. 

A  nivel personal   sucede   lo   mismo.

Me  contó   uno  que  por razones  profesionales  anduvo  de mediador  para   la  venta  de un cuadro  de  Gauguin.

Fue  a  recibir  a  un  marchante  judío al aeropuerto, uno de  los  tres  o  cuatro  más  prestigioso  del  mundo  del arte .

Terminaron  en  un sótano  de    un  Banco  , donde está el santuario acorazado. Sacaron el cuadro de Gaugin envuelto en goma espuma. Delicadamente la pieza fue desembalada, y quedó apoyada en la pared de acero.

Era un paisaje de la  época  de  Bretaña.

El judío internacional se cambió de gafas, se agachó para husmear la firma y la trama del lienzo. Luego, de pie, estuvo largo rato en silencio, observando intensamente la pintura a media distancia, todos en un hermetismo tenso en aquella profundida.  Finalmente, el coleccionista sonrió. Y dijo:

- Conozco el cuadro. Perteneció a la colección privada de Goering. ¿Qué piden por él?

- Cuarenta y cinco millones.

- Bien. Les doy dos millones. Es una cifra razonable, sobre todo si se tiene en cuenta que el cuadro es falso.

-  Si es falso, vale 15.000 pesetas- apostilló   otro  experto.

- Exactamente. Pero hay un detalle. Este cuadro es falso en las manos de ustedes. Cuando yo lo compre y lo incluya en mi catálogo será auténtico.

El judío internacional, famoso coleccionista y marchante de arte, dio media vuelta, y   se  largó . En la cola de la aduana se despidió:

-Llámeme a Nueva York dentro de ocho días si considera que se puede hacer algo. Un millón para usted.

Y, efectivamente,  se  ganó ese  millón.

De  todo  esto  se  desprende que, lo mismo  que  con la  anécdota de  Antonio Valero, hay  personas  que  nos  dan  brillo  y  nos  lucen, y  hacen  valiosas  auténticas  falsedades. Eso   no  sólo  sucede  con  cuadros  de  Gauguin falsificados, o con  tunas  de  mediopelo, también  contigo  y  conmigo, amig@. 

Estar  con Manuela  me dio  una autenticidad y  un  valor   que no tenía ni  de  lejos. Sin  ella  he  vuelto a  ser  quien era, un mindungui.  Más  falso  que el fuera de  juego en  un futbolín.

Con algunas  personas  en  algunas  instituciones   ocurre   lo   mismo:  son falsos, no  valen un  churro, una  estafa, pero bajo  el  paraguas  de  una  marca , y pertenecer catálogo  de  la  institución, los  hace  parecer  verdaderos.


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