La historia la oí contar hace años. Estaba en una terraza en el Parador de Monte Perdido. Entonces me estaba recuperando de una fisura anal que me desinflaba todo yo, de tal manera, que resultaba imposible activar el piloto automático con garantías: me subsumía todo yo por las patas pabajo.
Así me a contaron, y así la cuento.
Así me a contaron, y así la cuento.
Un buen día, el párroco de un pueblo se encontró indispuesto. Padecía unos fortísimos dolores abdominales. Se retorcía sobre sí mismo y aullaba de dolor. Dado el grave estado en el que se encontraba, le trasladaron al Hospital, donde fue intervenido con urgencia.
Mientras el cura se encontraba dormido por los efectos de la anestesia, en la habitación de al lado una joven madre soltera daba a luz un precioso retoño. Desgraciadamente, la joven madre murió y el equipo médico se planteo qué hacer con el niño. La madre era una indigente y nadie sabía qué familia podría hacerse cargo de la criatura.
Uno de los médicos, tras mucho cavilar, dijo:
- Mirad, pienso que lo mejor es colocárselo al cura y decirle que es suyo, al fin y al cabo, el hombre le dará una buena educación , el crío estará atendido y en buenas manos.
Dicho y hecho, al despertar el párroco se encontró con el bebé en su regazo. El cura, asustado, perplejo, y desconcertado, preguntó:
- ¿Pero esto qué es?'.
El médico se acercó y le dijo poniéndole la mano en el hombro:
- Mire, este es el origen de sus dolores de barriga....
- Pero, ¡si eso es imposible! dijo el cura.
El médico le respondió:
-¿Imposible?...No, hombre,no, con lo que han evolucionado los tiempos, ahora los hombres se pueden quedar embarazados.... Estamos en el siglo XXI
El cura se quedó pensativo decidiendo qué hacer con el niño. Y pensó:
" Bueno, cuando vuelva al pueblo, diré que es hijo de una hermana mía que ha fallecido y yo me haré cargo de educarlo...".
El párroco volvió así al pueblo y contó su historia. No sin algún recelo, los habitantes del pueblo se acostumbraron a ver a partir de aquel día al nuevo vecino que fue bautizado con el nombre de Juan.
Pasaron los años y el cura se hizo muy mayor.
Cuando Juan contaba 25 años, el cura enfermó y parecía que sus días llegaban a término y, en su lecho de muerte, dijo:
- ¡Que venga Juan! !Que venga Juan!'.
El joven corrió al lado del cura:
- ¿Que quiere tío?,
El cura, haciendo acopio de valor, cogió las manos de Juan, temblando, y le dijo:
- Mira Juanillo, tengo un gran secreto que contarte, y antes de morir debo decírtelo...'.
Juan interrumpió al párroco y le dijo:
- No te preocupes, tranquilo tío, no hace falta que me digas nada, desde hace años ya me he imaginado que en realidad es usted mi padre. Las cosas de la vida son así, y no le dé más importancia...
El párroco se queda un buen rato en silencio, mira a Juanito con ternura infinita y le contesta armándose de valor, y con gran quebrantamiento
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