A los dieciséis años, durante unas vacaciones de semana santa , y durante un mes de julio , trabajé en una tienda de animales. Estaba en la calle san Miguel. El tugurio se llamaba " Animaladas". Su dueño era un tipo mal afeitado, guarrete, gordo, seborreico, oscuro. La tienda tenía un sótano desde el que a través de una rejilla podías ver las bragas , piernas , mollares del personal femenino que entraban en "Animaladas".
En el sótano el tipo tenía decenas de jaulas con periquitos, loritos, papagayos, y animales exóticos. También muchos botes de pintura y todo tipo de acrílicos de vivos colores . El muy cabrón era capaz de venderte un vulgar gorrión como una ave exótica de la Guayana. La verdad es que colaba. Al menos a un pardillo como yo, y a ancianitas solitarias.
Tardé en darme cuenta de que todo era un pufo de aquel mangante. Un día lo encontré pintando las plumas de un loro - aunque a lo mejor era un cuervo. El pajarillo estaba a medio hacer. Resultaba grotesco. Años después conocí una mujer que se me presentó a medio maquillar y recordé esa misma escena, y entendí por qué a algunas mujeres les llaman " loros".
Le dije:
- ¡ Hala!, ¡los pintas!
- ¿ Pero tú te crees que son tan horteras en la selva?
Otro truco que hacía para " colocar " sus piezas era barnizarlas de una grasa brillante. Le daba al animal un aire fresco, muy alegre. También les echaba una gotas de colirio en los ojos, de tal manera, que el bicho te miraba con una cara de penica que es que era un amoooorr. Un conejito, una ratita, lucía pidiendo una madre que le adoptara.
A veces hacía de veterinario. Le traían perritos y gatitos para que los limpiasen. Entonces el tío se ponía una bata blanca, como para darse tono de "doctor". Un día me dijo que lavase a un gato que había dejado su dueña. Yo, la verdad, en mi vida había aseado un gato, y menos esa mariconada de pelo blanco, de aspecto angelical, de mirada amorosa y tierna.
Así que , agarro un cepillo y comienzo a cepillarle con delicadeza y sin prisa. Después con unas toallitas húmedas le doy friegas , poco a poco y con suavidad. El tío feliz. Con otro cepillo le comienzo a dar un repaso a la dentadura y...¡ coño!...dice !miau!, y un colmillo cae en la toalla.
Me acerco a mi jefe y le enseño el colmillo.
- ¿ Qué cojones has hecho?, ¡animal!
Al llegar la propietaria le dice.
- ¿ No habías notado que el gatito estaba como triste?...como depre...no sé...
- Ahora que lo dices...
- Mira que caries tenía - y le enseña el colmillaco ensangrentado- no me extraña que estuviese mustio...le hemos hecho una extracción, y mira qué contentico está ( al misifú le brillaban los ojos con el colirio que le había echado con manguera).
Y el tío, encima , le cobraba la limpieza y la extracción.
Aquella experiencia duró poco más de un mes y, encima, me tangó varios días sin cobrar.
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