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domingo, 8 de noviembre de 2020

LOS PORCHES

Fue Pertegaz el que sentenció que la elegancia de la mujer está en el cuello largo y en los huesos, o sea, cuando la uva no está en la cepa y sólo queda la parra. La parra de cuello largo y huesos nervudos. 

Leticia, vuestra princesa, sería su paradigma. Escuálida y estirada. Una mujer cartílago. 

Hoy, con tanta carrocería que ha pasado por el taller de chapa y pintura, esa huida de la vejez se puede retardar. Excepto en dos asuntos: el cuello y las manos. Allí los pliegues nos delatan. Y , a pesar de eso, todavía hay algunas , y algunos, que van como pavoneándose, aunque saben perfectamente que sólo pueden hacer planes para el día anterior en materia de seducción. Nadie mejor que ellos saben donde está la trampa. Una vueltecita por las salas de baile de este país y observad la bandada de cacatúas (ellas) y loros (ellos), y entenderéis de qué hablo. 

Son personas abandonadas a la fatalidad. Un día despiertan de su vanidad y descubren que la próxima cita con una mujer, o un hombre, la tuvieron hace doce años. 

Conocí una de esas en Los Porches, una sala de baile en Zaragoza, que bien podría llamarse “Necrologica's Dance”. Allí hasta el multipistas  tenía cirrosis. Era una de esas noches de escapada hacia ninguna parte que hacía cuando me perdía. Noches muy tristes, la verdad. Yo tendría treinta y cinco años . Ella se llamaba Dora. Bajo las luces de neón, y en una pastosa oscuridad, su pelo de rubia platino, y un tipo interesante, la hicieron atractiva. 

Bailamos, bebimos...al salir a la calle, ya con otra iluminación sin trampas,vi que tenía cuello, sí, y manos, pero Dora me pareció el retrato de la esquela que en pocos años adornaría su tumba. Busqué un pretexto para salir airoso de esa situación, que ella se prometía feliz. 

- Lo siento, tengo que ir a casa. Mi madre está sola y estoy de paso...y quiero estar con ella. Se lo prometí. 

Y Dora, con ojos febriles, y una sonrisa lúbrica, con tono de cachondeo, poniendo labios de pucheritos, que acentuaban en los morros esas arrugas que pronto serían embalsamadas, me dijo acariciándome la cara... 

- Pobrecito,¿mamá está sola?...¡pobre mamita!...¡niño malo! 

Aquella caricia me recordó el tacto del fieltro de un ataúd. Aún así, se ganó un beso, para que se llevara algo a la boca, y que lo pudiera contar a sus amigas de los Porches.

Me fui a casa, como siempre en esos casos con esa sensación que leí , que por muy avanzado que me considere respecto de los cerdos, lo cierto es que uno convierte  el jamón en mierda, mientras que los cerdos convierten la mierda en jamón.


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