Una noche fuimos la tuna de Monterols a cantar a una cena en el IESE. Era un agapé muy principal.
Antes de salir a cantar entre las mesas de los participantes al evento , se acercó Antonio Valero, uno de sus fundadores y primer director general .
- Pasad primero por la mesa en la que estoy yo.
Antonio Valero fue uno de los tipos más brillantes, divertido, pillo, desenfadado, que he conocido. Además de guasón, buena gente. y bellísima persona.
Su biografía sería una bomba.
Nos acercamos a su mesa y allí comenzamos a cantar. Poco antes de terminar la ronda en esa mesa, mientras continuábamos tocando, el de la pandereta pasa por los comensales a recibir las propinas de rigor. Se levanta Antonio Valero, abre la cartera, saca un billete de cinco mil pesetas de entonces, una pasta, y de modo ostensible, que todos vieron, lo deposita en la pandereta.
La mesa palideció. Porque con ese gesto Antonio daba la medida de la generosidad y rumbosidad de la peña.
Era como decir " allá va, con un par, pringaos, a ver cómo la tenéis vosotros". Había que retratarse.
Aquella noche sacamos una morterada. Pero una pasta gansa.
Cuando salíamos del bolo, ya en el aparcamiento, apareció Antonio.
- ¿Dónde tenéis el dinero?- preguntó.
Uno le mostró una bolsa.
- Pues me quedó el billete de 5.000 pelas, que son mis honorarios por haberos representado.
Allí aprendí que lo importante no es si eres bueno o malo en tu trabajo. Lo importante es quién te avala, quién te apadrina , quién saca el primer billetazo apostando por ti.
En realidad, la tuna no era tan buena como pensábamos.
A nivel personal sucede lo mismo.
Me contó uno que por razones profesionales anduvo de mediador para la venta de un cuadro de Gauguin.
Fue a recibir a un marchante judío al aeropuerto, uno de los tres o cuatro más prestigioso del mundo del arte .
Terminaron en un sótano de un Banco , donde está el santuario acorazado. Sacaron el cuadro de Gaugin envuelto en goma espuma. Delicadamente la pieza fue desembalada, y quedó apoyada en la pared de acero.
Era un paisaje de la época de Bretaña.
El judío internacional se cambió de gafas, se agachó para husmear la firma y la trama del lienzo. Luego, de pie, estuvo largo rato en silencio, observando intensamente la pintura a media distancia, todos en un hermetismo tenso en aquella profundida. Finalmente, el coleccionista sonrió. Y dijo:
- Conozco el cuadro. Perteneció a la colección privada de Goering. ¿Qué piden por él?
- Cuarenta y cinco millones.
- Bien. Les doy dos millones. Es una cifra razonable, sobre todo si se tiene en cuenta que el cuadro es falso.
- Si es falso, vale 15.000 pesetas- apostilló otro experto.
- Exactamente. Pero hay un detalle. Este cuadro es falso en las manos de ustedes. Cuando yo lo compre y lo incluya en mi catálogo será auténtico.
El judío internacional, famoso coleccionista y marchante de arte, dio media vuelta, y se largó . En la cola de la aduana se despidió:
-Llámeme a Nueva York dentro de ocho días si considera que se puede hacer algo. Un millón para usted.
Y, efectivamente, se ganó ese millón.
De todo esto se desprende que, lo mismo que con la anécdota de Antonio Valero, hay personas que nos dan brillo y nos lucen, y hacen valiosas auténticas falsedades. Eso no sólo sucede con cuadros de Gauguin falsificados, o con tunas de mediopelo, también contigo y conmigo, amig@.
Estar con Manuela me dio una autenticidad y un valor que no tenía ni de lejos. Sin ella he vuelto a ser quien era, un mindungui. Más falso que el fuera de juego en un futbolín.
Con algunas personas en algunas instituciones ocurre lo mismo: son falsos, no valen un churro, una estafa, pero bajo el paraguas de una marca , y pertenecer catálogo de la institución, los hace parecer verdaderos.