¡Ay, aquellos días largos e interminables!
Cuando salías de casa por la mañana, subías al colegio montado en la trabuca del tranvía y regresabas a comer. La mesa camilla era un castillo y un palo una espada. Cualquier excusa era buena para organizar una partida del pañuelo, o del churro va o jugar a tocar y parar. O pasar la tarde con los juegos reunidos Geyper, ir a pasar el domingo a Ontinar del Salz, lanzar piedra planas a rebotar en la superficie del río Gállego, merendar en el campo e inventar aventuras.
Callejear por Zaragoza , perseguir chicas. Siempre faltaba mucho para todo, no había prisa, el reloj iba mucho más despacio de lo que debería.
El colegio, el uniforme, el otoňo, las nubes y los días grises parecía que no iban con nosotros. Esos días llenos de alegría, de amigos, de sol, de pantalones cortos, costras en las rodillas, de risas y dos horas de digestión, de bicis en el Cabezo y camisetas de colores, no iban a terminar nunca. De misa y de monaguillo.
Pero un día ocurre. Un día descubres que Millán, un compañero de clase , se ha muerto y ya no está en su sitio. Otro día repites curso y tus amigos se olvidan de ti. Y en ese nuevo paisaje eres el tonto. El tonto grande, como esos grandones que les falta un hervor que salían en las caravanas de oeste, en los carromatos jugando al corro con los niños.
Otro día descubres que tus padre es un pesao y un aburrido. Ya no es un superhéroe. Y, encima, te escucha gritar cabreado, pensando que no escucha, "¡ ojalá hubiese tenido otro padre!"
Otro día vas atando cabos y entiendes que esas reuniones con toda la familia que a ti te parecían tan idílicas, tienen una parte más oscura que la parte de atrás de una nevera, que no se ve a simple vista. Que tío Francisco es un cabrón. Que la tía Goya es una histérica. Que la tía Mari Paz tenía más cuernos que la sala de estar de Curro Romero.
Y descubres el sexo. Y el pecado. Y la obsesión por la señora Mendicuti. La señora Mendicuti y sus tetas. Y uno en el ascensor, junto a ella, mirando sin mirar.También descubres que hay amigos que defraudan. Y que tú mientes y engañas, Que robas para poder fumar. Que no paras hasta conseguir escupir entre los dientes, por e colmillo, sin abrir la boca y echando el humo por las narices. Y que lloras por una chica que te ha dicho que no. Y rezas mientras estás pecando para que Dios no te mate..."¡ por favor, Jesús, no me mates ahora!, ¡ ahora no!"
Y que eso duele mucho más que una de esas caídas en bici que te dejan las rodillas y los codos llenos de rasguños.
Y que el verano se pasa. Y que dura menos de lo que parecía. Y que las cosas se ven de otro modo. Y que ya no somos tan niños. Que cambia la voz, salen pelos y granos. Y que surgen emociones que no sé cómo se nombran y cómo gestionar.
Y que estoy perdido, y no sé cómo voy a terminar..
A eso mi padre le llamaba "caerse del burro". O así me lo hizo saber cuando me metió vestido en la ducha, abierta en chorro, mientras gritaba " ¡¡¡ A VER SI CAES DEL BURRO DE UNA VEZ, COÑOOOO!!!".
Y todo porque le había roto su maravillosa colección de vitolas de puros.
Mientras mi madre profetizaba " te vas a romper la crisma".
Tantas cosas nuevas que requerían su tiempo y espacio nuevo en mi interior. Y hay que dejar salir algo de lo que tenemos dentro antes de que entre lo nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.