Esto sucedió en una convivencia en el Poblado, y tal y como pasó, lo cuento.
Del mismo modo que Obelix no podía tomar la pócima porque de pequeño se cayó en una marmita y va sobrado de fuerzas, hay gente que se cayeron en su infancia en la marmita del brebaje de las Santas Emociones y que no es bueno darles pozales de chutes santos, cazos de emociones burbujeantes , ni siquiera un dedo de “motivacional compositum- E- Plus”.
Uno de estos que hablo, de los que ya vienen chutados de cuna , tenía un don: le podías partir la cara literalmente que el hombre no pestañeaba. Lo sentabas en una silla, te ponías delante de él, te arremangabas la manga de la camisa, y le dabas una media volea a mano abierta que se oía como el aplauso de un gigante...se alborotaban las aves en su sueño a oír el estampido , y el tío se quedaba inmóvil, como una estatua, mirándote a los ojos, serio, vidrioso, disecado.
Era algo de admirar. Se llamaba Manué.
Siempre hay mala gente que le saca rendimiento a un don de ese tipo. Y apareció en forma de subdirector de una convivencia donde asistía nuestro hombre.
No se le ocurrió mejor idea que proponerle un juego cara al típico show de fin de convivencia:
- Yo me visto de mago, pido un voluntario para hipnotizar. Tú te presentas. Hago como te duermo. Y te meto un tortazo y tú, nada, dormido …¿qué te parece?
- ¡Hombreeee!
- Joé, que es que hay que sacar esto adelante. ¡Venga hombre!
- ¡Si es por sacar esto adelante, venga, hala!
- ¡Sí señor, que sin eso ni Teresa sería santa Teresa, ni Cisneros, el Cardenal Cisneros…
- ¿Cisneros…?
- Nada, cosas mías.
Y llegó el show.
El mago Níven apareció con su disfraz, su chistera , sus guantes blancos . Pidió un voluntario para hipnotizar , y levanta la mano Manué.
Níven elevó las yemas de sus pulgares hacia las sienes de Manué., y frotando suavemente con ellas ordenó que le mirará fijamente, que se concentrara, que se olvidara que existía , que no pensara en nada, sólo en el aire que sonaba en ese momento entrar por las ventanas.
Mirábamos los ojos de Níven , y de ellos salían reflejos de fuego bajo las cejas embadurnadas de betún.
- Duérmeteeee…duermeteeee…le susurraba.
El cuerpo de Manué a simple vista iba aflojando la carne, se ablandaban los músculos de la boca, las mejillas se relajaban. Manué cerró los parpados.
- Duermete…duermeteeee…
Y en ese momento se gira Níven y dice al respetable.
- Manué está ahora muyyyy lejos, y no se entera de nada…y para que lo veáis, a ver…¡un voluntario!
- ¡Yo, yo, yo!- un bosque de manos pedían cita para ir al escenario.
- ¡Tú!, ¡sube!...
Y sube un chaval de diez años .
- ¡Dale una bofetada!
Duda el candidato.
- ¡Que les des una bofetada, que no se entera, ya lo verás!
Y el chaval le da un sopapo guapo, y Manué, nada, como una piedra. Dormido.
- A ver, ¿quién más?
- ¡Yo, yo, yo!
- ¡Tú, sube!
Otro chaval , esta vez de nueve años.
Le da un soplamocos que estremece al auditorio, pero Manué, ni pío. Con los ojos cerrados y cara de bendito.
¡Venga, el último!
Y se presenta un morlaco de quince años, de Fraga.
- ¿Está dormido?- pregunta.
- Como un tronco.
- ¿Seguro?
- ¡Pruébalo ¡
Y le mete un puñetazo en los trestículos que todavía hoy, ahora, mientras escribo esta entrada, siento los alaridos de Manué como si estuviese en la habitación conmigo.
Y dicen que aún se escuchan en las noches de luna llena en los viñedos del Somontano.